sábado, 27 de abril de 2013

EL PALACIO DEL TE. G. Romano . 1524-1534. Mantua.



El palacio del Te es un buen ejemplo de arquitectura manierista, es la obra maestra reconocida del arquitecto Giulio Romano.
Edificio de planta cuadrada, construido en 1524-1534 para Federico II Gonzaga, marqués de Mantua.
El lugar elegido fueron los establos de la familia en Isola de Te en el borde de la marisma junto en las afueras de las murallas de Mantua.
El arquitecto a quien se encomendó fue a Romano, alumno de Rafael, que había llegado a Mantua tras el Saqueo de Roma (1527) que había trastocado la economía de dicha urbe así como la actividad de todos sus artistas.
En Mantua tuvo empleo durante dos décadas, y falleció antes de ocupar un puesto como arquitecto de la basílica de san Pedro del Vaticano.
La estructura del palacio se erigió en el plazo de dieciocho meses. Es una casa cuadrada erigida alrededor de un patio en forma de claustro. Un jardín complementaba la casa. Este se encontraba rodeado por un exterior en forma de columnata terminada en forma semicircular conocida como 'Exedra'.
La ubicación suburbana permitía una mezcla de arquitectura de Palacio y de Villa. Las cuatro fachadas exteriores tienen pilastras planas contra paredes de carácter rústico, las ventanas indican que la planta noble es la baja, con una planta secundaria por encima. La fachada oriental difería de las otras tres por tener motivos paladianos en su pilastra y una loggia abierta en su centro más que un arco en el patio. Las fachadas no son tan simétricas como parecen, y los espacios entre las columnas son irregulares. El centro de las fachadas septentrional y meridional están recorridas por arcos en dos plantas sin pórtico ni frontón, simplemente un camino cubierto que llevaba al interior del patio.
Pocas ventanas dan al patio interior (cortile); las paredes con columnas están decoradas por todos los lados con hondos nichos y ventanas ciegas, y las superficies intermedias están salpicadas con spezzato (escayola rota y con manchas) que da vida y profundidad a las superficies.
Una vez que estuvo terminada la estructura del edificio, durante diez años un equipo de escayolistas, tallistas y fresquistas trabajaron, hasta que a duras penas ninguna superficie de las galerías y los salones quedaron sin decorar. Bajo la dirección de Giulio Romano trabajaron pintores decorativos locales como Benedetto Pagni y Rinaldo Mantovano Estos frescos permanecen actualmente y son el rasgo más destacado del palacio. Los temas van desde los banquetes del Olimpo  en la Sala di Psiche y los estilizados caballos  de la Sala dei Cavalli a los más inusuales de todos gigantes y grotescos, causando el caos, furia y ruina alrededor de las paredes de la Sala dei Giganti.
El más famoso fresco del manierismo: el ilusionismo de Giulio Romano inventa una cúpula por encima y disuelve la arquitectura de la habitación en la Caída de los gigantes.
El palacio fue pensado para recreo diario y fiestas, sin dormitorios ni demás dependencias para un uso como vivienda. Una vez decoradas y amuebladas para complementar la corte ducal de la familia Gonzaga, recibieron la visita de muchas de las más ilustres figuras de la época. Entre ellas estuvo el emperador Carlos V, quien, cuando lo visitó en 1530 elevó a su huésped, Federico II Gonzaga  de marqués a duque de Mantua.
Con destino a este palacio, se encargaron al pintor Correggio cuatro importantes cuadros: Jupiter e Io El rapto de Ganímedes, Leda y el cisne y Dánae, si bien pronto fueron regalados al emperador Carlos V, por cuestiones de moralidad, los reyes españoles se desprendieron de ellos y se conservan actualmente en distintos museos.
Una de las partes más evocadoras de la épica perdida del palacio es el Casino della Grotta, una pequeña serie de habitaciones organizadas en torno a una gruta y loggetta (balconada cubierta) donde los cortesanos una vez se bañaban en la pequeña  cascada  que salpicaba sobre los guijarros  y las conchas incrustadas en el suelo y las paredes.
El Palazzo Tè resultó muy dañado en los siglos XVII y XVIII y perdió parte de sus decoraciones. En 1630 Mantua y el palacio fueron saqueados por las fuerzas invasoras y la población cayó víctima de una de las peores plagas de la historia. El palacio fue saqueado de arriba abajo y permaneció como una concha vacía: ninfas, dioses, diosas, y gigantes permanecieron en las paredes de las habitaciones vacías. Se ha recuperado en tiempos recientes como museo y galería de exposiciones.


PALACIO DEL TE. EXEDRA

PALACIO DEL TE


PALACIO DEL TE. ESTANQUE




SALA DE LOS CABALLOS

CAÍDA DE LOS GIGANTES


EL NIÑO DE VALLECAS. Velázquez. 1642. Museo del Prado.


El retrato que hoy nos ocupa, Francisco Lezcano, el Niño de Vallecas, lo podemos contemplar en el Museo del Prado, acompañado de otros enanos y bufones rodeando a Las Meninas.
El enano se llamaba Francisco Lezcano y solía apodarse el Vizcaíno, por ser natural de Vizcaya. El mote de Vallecas se añade medio siglo después de pintado el lienzo. El efigiado aparece documentado en Palacio desde 1634, como enano del príncipe Baltasar Carlos.
El artista parece situar al protagonista, un niño de unos doce años, en el interior de una gruta, sentado sobre una elevación, quizá al abrigo de las inclemencias del tiempo; podemos adivinarlo por el cielo nublado, la escasa luminosidad que hay en el exterior y la lluvia que parece caer sobre la sierra madrileña. Con gran maestría y utilizando una paleta casi monocroma, en la que predomina la gama de verdes, color característico de la indumentaria cinegética, el maestro logra una composición de grandes volúmenes, reforzados por el elevado punto de mira. Las únicas notas de color las pone en zonas del cuerpo: el iluminado rostro, las manos, el trozo descubierto de la pierna derecha al haberse caído la calza y en la parte del jubón que sobresale por encima del tabardo. El eje de la composición está en una línea vertical que comienza en el rostro, desciende hasta las manos y termina en el escorzo del pie izquierdo, que evidencia su deformidad, reforzada por la suela del calzado “de cojo”. Esta pierna es más corta que la otra, pero Velázquez lo aborda con una gran sensibilidad, las dos piernas en para- lelo hubieran mostrado la cojera en toda su dimensión. De los cortos brazos, como una prolongación del cuello, asoman unas manitas regordetas que sujetan un objeto, que podría tratarse de un mendrugo de pan, un casco de teja, un mazo de naipes o incluso un librito. La cabeza, de gran tamaño, esta inclinada hacia la izquierda y ligeramente descontrolada. La cara del niño, iluminada de izquierda a derecha, como un fogonazo de luz conseguido por el uso del color rosa, está abotargada, los entrecerrados ojos no tienen expresión y aparecen más separados de lo normal. El puente de la nariz semeja deprimido y la boca entreabierta insinúa una sonrisa bobalicona. El cabello rubio ceniza lacio le enmarca la cara, a modo de casquete, dejando al descubierto una frente bastante ancha. El maestro ha plasmado en este lienzo, con gran acierto, todas las manifestaciones clínicas del “cretinismo”.
Las primeras descripciones médicas del hipotiroidismo o cretinismo, como también se le denomina, datan del siglo XVI. La palabra cretino procede del latín christianus (cristiano), y una posible explicación de la formación de la expresión estaría en el aspecto monstruoso y en las graves lesiones intelectuales del cretino, que lo acercan al mundo de las fieras. Los familiares intentaban remediar este “problema” mediante el bautismo, afirmando que se trataba de un cristiano y no de una bestia. No obstante otros opinan que el cretino debido a su idiotez era incapaz de cometer pecados.
Lezcanillo murió en 1649, tres años después que su amo el príncipe Baltasar Carlos fallecido inesperadamente en Zaragoza en 1646. Independientemente de la magnífica técnica empleada en la composición, es en la gran humanidad de Velázquez quien al retratar a un ser con evidentes deficiencias lo hace con tal dignidad que des- pierta la sensibilidad del espectador.
EL NIÑO DE VALLECAS
DETALLE DEL ROSTRO

EXTÁSIS DE SANTA TERESA. Bernini. 1645-1652. Capilla Cornaro. Iglesia de Santa Mª de la Victoria. Roma.




La obra representa el éxtasis o transverberación de Santa Teresa basado en sus propios escritos.. Según ellos, en un arrebato místico, sintió cómo un ángel se le aparecía en sueños y le atravesaba el pecho con una flecha de amor divino que le provocó una sensación de dolor y gozo simultáneo que la dejó desfallecida y suspendida en el aire, levitando sobre las nubes.
El tema es recurrente en el Barroco, tanto por su idea propagandística y visual de la emociones religiosas, como por su actualidad, pues Santa Teresa había sido canonizada en 1622 (en este tiempo la Iglesia, adoptando una postura triunfante, prodiga las canonizaciones).
Bernini, como otros autores, se hace eco del hecho y, utilizando la propia bula, crea una nueva iconografía en donde buscará transmitir, de forma emocional, el concepto abstracto del éxtasis para hacerlo entendible para el pueblo.
La obra supera propiamente lo escultórico para convertirse en un verdadero escenario en donde se mezcla arquitectura, escultura, pintura con la luz. La capilla, de forma cuadrada, tiene en sus dos paredes laterales sendos relieves que representan a miembros de la familia Cornaro. La familia se representa asomándose a una especie de palco teatral desde el cual observan el milagro. 
Al fondo se encuentra el grupo principal, encerrado en un altar de formas curvilíneas. Sobre él se encuentra, pintado y con nubes de estuco, una representación de la Gloria en la que se abre un gran ventanal que derrama luz cenital sobre la capilla. El espectador entra, de esta manera, dentro de la obra, y es rodeado e incluido en ella, tomando de esta manera  un papel activo.
El material de la escultura es mármol tallado con postizos (varas de madera dorada).
En lo que se refiere al grupo central, el autor consigue transmitirle un fuerte dinamismo a través del cruce de diagonales, formando un aspa. Se puede observar la línea imaginaria que va desde la cabeza del ángel hasta el pie de la santa, cruzándose con otra generada por el cuerpo recostado de Santa Teresa. Globalmente resulta un grupo abierto en el que el movimiento del ropaje contribuye a transmitir la agitación del momento, acentuada, además, por la sensación de inestabilidad provocada por la falta de apoyo de los personajes, suspendidos en el aire
Además de todo lo ya dicho, es importante comprobar la sensación de movimiento que genera la actitud del ángel que, con su flecha, mirada, y el gesto de levantar el ropaje, nos lleva en la dirección de la acción, hacia el cuerpo de la santa.
El modelado, como era habitual en Bernini, juega un importante papel en la escultura, siendo la luz controlada. Dirigida desde la zona superior (luz cenital), se derrama y envuelve toda la escena, creando un verdadera sensación de aparición milagrosa al espectador. En función suya se colocan los rayos de madera dorada que acentúan lo anterior, sirviendo, además, como simbolismo de lo divino
Por otra parte, esta luz incide y resalta la superficie sumamente quebrada de paños y nubes, salpicando la composición de zonas de sombras que contrastan con otras de intensa vibración lumínica. Su relación crea un intenso pictoricismo que huye de lo volumétrico a favor de aspectos visuales.
Bernini consigue en esta obra llegar a un verdadero virtuosismo a la hora de tratar las distintas superficies esculpidas, dándonos un verdadero muestrario de texturas, blandas en las carnes, duras y lisas en los ropajes de la santa, sutiles y pegadas al cuerpo en los del ángel, rugosas en las nubes... Esta diferenciación de texturas la realiza a través de un mayor o menor pulido de las superficies, lo cual influye en el comportamiento que tendrá el material frente a la luz, absorbiéndola en sus irregularidades (nubes) o haciéndola rebotar en las zonas más acabadas (carne). De esta manera el material se vuelve dúctil, llevando la técnica de su admirado Miguel Ángel hasta un punto de difícil superación..
La fuerte expresividad de los paños flotantes de la santa consiguen comunicar de forma plástica la turbación y agitación del momento, haciendo desaparecer bajo ellos el cuerpo, como si su corporeidad, en este momento cumbre, se deshiciera en un puro temblor
En contraste con su fuerte expresividad, el ángel, su mirada y gestos suaves, sus paños de pliegues finos, ofrecen el conveniente contrapunto de serenidad que acentúa, aún más, el estado de la santa..
Por una parte, rompe con la tradicional separación de las artes, utilizando y entremezclando distintas técnicas (pintura, escultura, arquitectura, iluminación) con el objetivo de crear, más que una obra aislada, un verdadero ambiente en donde sumergir al fiel, como si se tratara de un teatro.
Por último, y en relación con lo anterior, la propia elección del tema y el momento representado son sumamente significativas. El éxtasis y otros estados de tensión y cambio son bastante frecuentes en su obra, como puede observarse en una de sus últimas producciones, la escultura de la beata Albertona. En todos ellos busca la representación del momento de mayor tensión en donde los conflictos se encuentran en plena efervescencia. Esta instantaneidad le permite forzar al máximo la expresividad y dotar a sus esculturas de unas emociones llevadas al límite.
Su influencia será definitiva  en toda la escultura posterior, tanto barroca (aunque en España entrará tardíamente, hacia finales del XVII) como neoclásica, Cánova o de Rodin. Muchas de sus características serán, incluso, recogidas por la pintura, como el caso de Rubens.





DETALLE ROSTRO DE LA SANTA

DETALLE DEL ÁNGEL

EXTÁSIS DE SANTA TERESA

DETALLE 

FAMILIA CORNARO



VILLA CAPRA o VILLA ROTONDA. A. Palladio. 1566. Vicenza




La obra de Andrea Palladio se engrandece con un variadísimo muestrario de sus villas, diseñadas para la nobleza, esparcidas por los campos más inmediatos de las ciudades de Vicenza y Venecia. La más admirada de todas ellas es la villa Capra, conocida como villa Rotonda, una casa de campo construida a las afueras de Vicenza.
El nombre Capra deriva del apellido de dos hermanos que completaron el edificio luego que les fue cedido en 1591. Es la Villa más famosa de Palladio y probablemente de todas las villas venecianas; la Rotonda es uno de los más celebrados edificios de la historia de la arquitectura en la época moderna y  uno de los más influyentes.
El edificio se alza sobre un pequeño montículo en el que cuatro lados monumentales con amplias escaleras, conducen a pórticos de orden jónico, levantados sobre un elevado estereóbato y coronados por un frontón. Como los antiguos templos romanos, cada pórtico da acceso a la planta principal, donde se aloja una sala central circular.
El  cuerpo del edificio es un cuadrado donde se inscribe una sala rotonda alrededor de la cual se agrupan las diferentes habitaciones rectangulares. A cada lado se añade, en el exterior, el pórtico coronado con estatuas como acróteras.
Todo el complejo está distribuido por las maravillosas formas geométricas elementales como el cilindro, la esfera o el cubo. Figuras que contienen un alto grado simbólico. El cuadrado, representa lo terrenal, mientras que el círculo, se relaciona con lo espiritual.
Tanto la disposición de la planta como la vista exterior son totalmente simétricos y proporcionados mostrando una concordancia perfecta entre las partes. Los frontones de los diversos pórticos que componen La Rotonda son idénticos e incluso mantienen el mismo número de escalones. El pórtico solía emplearse tan sólo en la entrada principal; aquí, sin embargo, se dispone en todas las fachadas para que la simétrica disposición sea perfecta.
Las amplias escalinatas, delimitadas por muros laterales, conducen a los pórticos que sobresalen del cubo. Un estrecho pasillo abovedado conduce, desde cada una de las cámaras, al espacio central de planta circular, cuyo diámetro equivale a la anchura del pórtico. Dos ventanas ovales flanquean el escudo
Desde los pórticos es posible gozar de la maravillosa vista del campo circundante, dado que no por azar la villa fue proyectada para estar en perfecta armonía con el paisaje.







PLANO